Por Elina Gómez
La distancia entre la percepción y la realidad cada vez es mayor. La subjetividad se va poco a poco moldeando como consecuencia de información, imágenes y mensajes que nos llegan, que compramos y vendemos constantemente. A nivel subjetivo, parece más fácil colocar el bien por un lado y el malpor otro (muy lejos de uno mismo), desde una lógica simplista y simplificadora que consuela y tranquiliza el alma. En consecuencia, el concepto de “otro” contrapuesto al yo o al nosotros cobra fuerza, y tiñe el análisis de la realidad más cotidiano.
En este contexto, la violencia aparece (no sin azar), como una de las problemáticas urgentes y acuciantes en nuestro país. Esta es visualizada como una unidad conceptual sin complejización alguna y asociada directamente al fenómeno de la delincuencia y el delito. Es acá donde aparecen los menores y la juventud como elemento explicativo central, en su doble carácter de problema y solución.
La ubicación subjetiva del bien y del mal referida a la violencia parece encontrar tierra fértil, correspondiéndose con las nociones asociadas a un yo o nosotros y a un otro, respectivamente. Un segmento de la sociedad, el conjunto de los menores de edad, es identificado como el responsable de un problema que, a su vez, es identificado como el principal por parte de la misma. Por lo tanto, el debate actual acerca de la llamada minoridad infractora representa una discusión más profunda y compleja, que cuestionan la integración social desde su raíz. Los lineamientos políticos y políticos partidarios se desdibujan y la opinión pública emerge como elemento delimitador de posiciones y visiones con respecto al tema. En este contexto, la propuesta respecto modificación de la edad de imputabilidad penal representa una consecuencia más de la segmentación social en nuestro país. Esto se vincula con componentes estructurales de desigualdad económica y social, pero que se sustenta en el componente subjetivo y simbólico, vinculado a las representaciones y valoraciones colectivas.
Por lo tanto, mientras sigamos depositando como sociedad, la responsabilidad o la “culpa” de nuestros problemas y miserias, en un otro ajeno, lejano y circunstancial, los niveles de fragmentación social perjudicarán a la mayoría, y sólo serán funcionales a una minoría.
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